Imagine que se encuentra sentando departiendo con sus amigos, las risas van y vienen, mientras conversan de temas variados, repentinamente alguien pregunta. ¿Qué es lo que más les gusta hacer para divertirse? entonces comenzamos a rebuscar experiencias para describir las cosas que nos mantienen vivos. Mientras pensaba, me llegó el turno de contar mi actividad preferida y sin duda comencé a relatar por qué para mí, bucear es lo mejor que me ha pasado.
La primera idea es la de realizar el sueño de volar. Cuando buceamos nuestro cuerpo, acostumbrado a moverse en dos dimensiones, desafía las fronteras de lo posible, virtualmente nos surgen alas, para transportarnos en caída libre a los fondos marinos.
Nunca olvidaré mi primer buceo, fue mi bautizo de vida, quedé tan extasiado frente a tantas criaturas que difícilmente hoy podría enumerarlas, sentí que bebí el elixir del Dios Baco, que dormí arrullado por cantos de sirenas, que viví epifanías, que encontré mi Shangri lá, en un instante el mundo submarino se reveló ante mis ojos incrédulos, dejándome atónito, mudo, esquizofrénico, perplejo del impacto.
Al salir del agua, no supe que decir, no sabia si gritar o llorar, dude, no era verdad o tal vez si… me pellizque, pedí que me despertaran, que me estrujaran, que me sacaran las palabras con ganzúa, me tragué la lengua, miré a mis compañeros de bautizo, sus rostros esbozaban una sonrisa pícara, tímida, ingenua, parecía como si el tiempo se hubiera congelado en instantes eternos. ¡Pero era verdad! era verdad… pasamos de la ingenuidad a la euforia, a la carcajada y la lengua se desató, las palabras salieron a borbotones ¡Viste el verdecito! ¡No el azul claro! ¡Ese chiquito lleno de colores! Ya nunca más fuimos los mismos, quedamos hechizados, ese día la historia se bifurcó para nosotros, quedamos inscritos en la fraternidad de la vida submarina, firmamos un acuerdo simbólico de hermanos y nos prometimos volver a ese lugar una y otra vez, hasta que la providencia nos dejara.
Ese día, todos éramos hermanos del agua, viejos conocidos, nos unía la madre mar. Entorno a esa pequeña panga, reímos, gritamos, alucinamos, compartimos un bocadillo pasado por agua salada, bebimos de la misma jarra y abrazamos la misma cuerda.
Esa tarde no caminé, ¡levite!, dejé de ser el mismo, aun siento las palmeras cantándome al oído, susurrándome sus versos, regalándome sus alas. Fue la primera vez que la noche entro a mis sabanas, la primera vez que las estrellas danzaron para mí, celebrando mi audaz jornada. Agradezco a esa madre azul, por haberme regalado ese día.
¿Necesitas más argumentos para venir a unirte a la hermandad del agua?
Escrito por:
Gabriel J. Bedoya
Instructor PADI
Instructor PADI
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